Primer contacto
Los alquimistas son seres muy particulares que pasan completamente desapercibidos ante los ojos inexpertos de un vil mortal. Sin embargo, después de compartir tiempo con un verdadero alquimista, uno puede llegar a reconocerlos aun cuando ellos pretendan esconderse bajo el disfraz de una persona común y corriente.
¿Cómo sé que es así? Bueno, lo descubrí por accidente gracias al hombre que compró la casa de mi vecina, aquí en Lima, en el Barrio Barranco. La casa era modesta aunque, por lejos, la más bonita de nuestro colorido barrio. Había pertenecido a Doña Clotilde, una señora mayor que fue trasladada a un hogar para ancianos por sus hijos, que después de un tiempo, decidieron vender el inmueble. El nuevo propietario pagó de contado el total de su valor y se mudó con unas pocas pertenencias.
Cuando por primera vez nos cruzamos en la acera lo pude ver frente a frente. Por supuesto, en esos momentos no sabía que Alberto, el nombre que utilizó cuando nos presentamos, era un verdadero alquimista. Mucho menos creía que un alquimista pudiera existir en pleno siglo veintiuno.
Me quedé, literalmente, impresionado con lo que vi.